Días de tierra mojada

Llueve a mares en Palma de Mallorca. Otra vez. Hace dos semanas el temporal, y ahora ésto de nuevo. Dos tornados han pasado por el centro de Palma.

Es curioso como cuando pasan éstas cosas, que no son más que fenómenos de la naturaleza - tal vez incluso en parte provocados por nuestra mano - , siempre solemos pensar en qué les estará pasando a aquellas personas que nos importan. Nos las imaginamos solas, desvalidas... Y no nos damos cuenta de que muy probablemente la realidad sea muy parecida a la nuestra: en el trabajo, en casa, en la universidad o colegio, quizá a oscuras porque se ha ido la luz, en parte asustados y en parte preocupados. Puede que incluso preocupados por nosotros, y nosotros viceversa. Y sabemos que nosotros estamos bien, pero no solemos pensar en que los demás puede ser que también lo estén.
Y te llamas:
-Has visto la que está cayendo?
- Buf, no veas, tremendo. Dónde estás?
- En la oficina, y tú?
- En casa. Pero estás bien?
- Sí, claro, y tú qué tal?
- Sí, se ha ido la luz, pero estamos bien. Ha vuelto hace un rato.
- Bueno, pero ten cuidado.
- Sí, claro, iré con cuidado, tú también.
Qué te va a pasar? Que te vas a resbalar con toda el agua que ha caído? Es posible, pero poco probable si vas con cuidado. Igual que electrocutarse, o que vayas por la calle y te caiga un rayo...

Etcétera.

Me gusta ser práctica.

David siempre me dice que cualquier cosa que se sale de lo normal lo achaco al cambio climático, que además es todo mentira. Pero y si no? Y si por una vez tengo razón? Es verdad que poco a poco nos estamos matando a nosotros mismos?

Vértigo

... o de cómo se puede sentir vértigo y anticipación tanto mirando hacia arriba como hacia abajo.


Hoy es lunes, comienzo de semana, pero se siente como comienzo de mucho más. De propuestas, de nuevas metas, de ganas de conseguirlo todo, de nuevas vidas y de nuevas semanas... De cuidarme a mí.

Hoy he decidido que quiero quererme y cuidarme, y así poder hacer lo propio con mis seres queridos... Puesto que es mejor siempre empezar por uno mismo. Me propongo ser mejor, ayudarme a conseguir todo aquello que quiero alcanzar, y aprender a hacerlo, y hacerlo bien, y así ser feliz, y ayudar a los que me rodean a ser felices, y aunque parezca mentira y que no es posible conseguirlo, hacer de éste un mundo mejor. Reciclar y reciclarme, cuidando así la tierra, el medio ambiente, y a todos los que viven conmigo en éste planeta llamado Tierra. Sonreír más, y callar un poco menos. Levantar la cabeza mientras escribo en el ordenador, porque tenerla agachada me da dolor de espalda. levantar la cabeza también cuando voy por la calle, porque me lo merezco, y porque yo lo valgo. Amarme, gustarme, acariciarme, vestirme y arreglarme sólo para mí, estudiarme y aprenderme, y saberme mejor.

Y todo ésto, y ése saborcito dulce que puedo sentir ya en los labios, por saber que soy capaz de conseguir todo ésto, es lo que me hace sentir vértigo.

Vértigo y anticipación.

Ciudades con encanto

Regreso a mi rutina de muchas maneras distintas, contrarias y complementarias. Contenta, porque he vuelto con más de lo que me fui. Un tanto apenada, porque dejo atrás una hermosa ciudad de cautivadora historia artística. Aliviada, y dando gracias por alejarme de un lugar donde he sido tratada como una molesta mosca que revolotea alrededor de los oídos de alguien por los lugareños. Y sintiéndome un poquito más mayor.

Florencia y Pisa. Pisa y Florencia. Me quedaría con Pisa si tuviera que elegir una de las dos, pero ésto sólo pasaría si alguien me apuntara con un arma y mi vida corriera peligro de no decidirme. Lo que he visto de Italia (y de los italianos), me hace apreciar aún más lo que tengo aquí, en mi pequeña isla a la que puedo llamar hogar.
En la diversidad está el gusto, dicen. He visto ciudades con muchísimo encanto, y con una historia escondida en cada piedra de cada muro de cada edificio de cada calle; pero no he encontrado aquello que te hace llamar a un lugar hogar.
Ciclistas, motoristas y conductores varios parecen luchar por sobrevivir o por llegar a una meta donde me pregunto qué recibirán por haberlo hecho más rápido. En cada bar, restaurante, tienda, museo... parecen reírse de uno mientras te cobran el triple de lo que considerarías un precio más que razonable. No es una ciudad hecha para caminar, desde luego no pensada para ése fin, pues de otro modo las calles estarían habilitadas para ello. Pero a la vez, tampoco es aconsejable aventurarse en el tráfico de dementes que pelean por entrar primero en un cruce o por saltarse un semáforo o por pasar por un paso de peatones antes incluso que el peatón... Y si hablamos del transporte público? Mejor no, puesto que lo desconozco. Es como intentar descifrar un jeroglífico de una tumba egipcia. Igual de complicado es entenderse con alguien en una oficina de información, aunque lo intentes en un idioma que conocen, puesto que tienen el mismo interés en atenderte que yo en conocer el resultado del Osasuna-Villareal.
Volvería? Sí, algún día muy lejano en que ya me haya olvidado de lo poco hospitalario y amable que es el italiano de a pie, y añore sentirme emocionada de nuevo al ver la torre de Pisa iluminada en medio de la noche, con la maleta todavía en la mano; o el vértigo de subir hasta la cúpula del Duomo de Florencia; o el cosquilleo de reconocer un cuadro en la Galería degli Uffizzi; o esa sensación de pequeñez al compararme con el David de Miguel Ángel...

Aún así, me sentí parte de algo especial ayer por la tarde, cuando descansaba del viaje viendo Hannibal, y reconocía algunas zonas de la ciudad por donde yo paseaba hace sólo un par de días.

Cuatro meses

Exactamente 126 días decidimos irnos de viaje a Florencia. Emocionada por la expectativa de un viaje así, empecé a planear, a imaginar, a divagar mentalmente por las calles, a soñar con todas aquellas emociones que despertará en mí ésta ciudad.
Sé que marcará un antes y un después en mi vida. Sé que será uno de los viajes más románticos de mi vida. Sé que no podrá compararse a ningún otro, porque éste viaje es diferente en muchísimos sentidos. Sé que lloraré de emoción, y también al despedirme de la ciudad.
Sé que habrán cosas que se me escaparán, y que la cámara de fotos no tendrá ni un respiro, aunque no pueda llegar a fotografiar todo lo que quisiera.

Intentaré exprimir mi tiempo hasta límites insalubres, y cuando vuelva, cansada y feliz, podré decir que ha merecido la pena. No lo dudo ni por un instante.