Los cepillos de dientes necesitan hacerse compañía

El mío tiene ojeras y una sonrisa amarga y triste cuando el tuyo se va unos días de su lado. Conversa consigo mismo, porque las conversaciones con los cepillos de pelo no son lo mismo... Tu cepillo de dientes es, sin embargo, incomparable, irrepetible, insustituible.
Y es que si tu cepillo de dientes me falta...
... las cortinas de los ojos de mi casa caen tristones
... el amarillo alegre de las paredes ya no parece tan alegre
... la cama me da una fría bienvenida
... la mesa del comedor me da la espalda y tengo que comer sola
... el sonido de las llaves en la puerta no significa tanto
... y de una manera un tanto cruel me acompaña tu olor en la almohada y en la camiseta de mi pijama

París

Macarrons, de los grandes y de los pequeños. Calles empinadas, húmedas, que no mojadas. Tejados vistos desde arriba, desde el cielo, desde el corazón, miles de antenas que se alzan para rascarle la barriga al cielo y hacerle compañía a la Torre Eiffel. Croissants, recién hechos, tibios del horno, por la mañana, o a media tarde, o a ésa hora de qué-narices-estamos-en-París-disfrutémoslo. Jardines, muchos. Verde y azul europeos, que no mediterráneos. Caminar por las calles sin pensar a dónde llegaremos. Fotos disparadas desde debajo de un paraguas. Cruzar el río, una vez, otra vez y otra más, a pie o en tren, qué más da. Notre Dame y el arco de triunfo.
Miro las copas de los árboles y siento cómo pierdo el equilibrio. Me siento. Y ya estoy en el tren de camino a Epinay Sur Séine. Cierro los ojos, vuelvo a abrirlos, y estoy agarrada de tu brazo, corriendo bajo un paraguas, con una cajita de sushi para llevar en la mano. Se cruza un coche, al otro lado Champ de Mars. Y los Champs Elysées. Con sus tiendas de vida de película, de mentira. Y el Sena. Y la torre Eiffel iluminada en azul. Y la tienda del señor Collignon. Y los sex shops de Montmartre. El Louvre, por dentro y por fuera. Aunque me quedo con el Musée d'Orsay. Crepes, en cualquier rincón de cualquier calle. La madre de Whistler, el gato negro, la catedral de Rouen, la habitación de Van Gogh. Mucho Art Nouveau. Brancusi, mi favorito. Amélie por donde quiera que mire. Queso, por supuesto, que estamos hablando de París! Y Versailles con gusto a poco. A poco tiempo.
París mágico. París romántico.



Volvería a París mañana mismo.

Al día siguiente

Por debajo de las sábanas se oye un quejido moribundo, algo así como "mmmmmmmmmhh". De pronto aparece una cara roja, arrugada, hinchada, el pelo disparado en todas direcciones. Sale un pie. Luego el otro. Despacio, sin hacer ruido, los pone sobre el suelo. Sale de las profundidades de la cama, en bragas y la camiseta de la noche anterior. Se estira. Sentada, mira al frente sin ver nada. Se rasca un lado de la cabeza, y se pasa la mano por la cara. Sigue sentada, hay que recuperar fuerzas para levantarse al mundo. Poco a poco, se yergue, con calma, con cuidado de no moverse bruscamente, o el dolor de cabeza se extenderá por todo el cuerpo como un virus imparable. Además, los movimientos bruscos no contribuyen a recuperar la memoria perdida.

Ha conseguido levantarse, se rasca, todo pica. Se estira el elástico de las bragas por debajo de la nalga y se arremanga la camiseta. Poco a poco hace camino hacia la nevera. Un gran vaso de agua. De un sólo trago. Luego otro más. El olor de la comida  cerca de su nariz le produce náuseas, así que cierra la puerta de la nevera deprisa para no vomitar. Se lava la cara, agua bien fría para desperezarse. Se mira al espejo un momento, dos manchas negras le cubren los ojos. Olvidó desmaquillarse antes de meterse en la cama. Descubre un morado en la pierna, no recuerda de cuándo, ni cómo. Se busca más, por suerte no encuentra.

Y al final decide volver a dormir. Total es domingo. Todo el día para hacer nada. Se cubre hasta la cabeza, se acurruca en posición fetal, tarda dos segundos y medio en estar dormida de nuevo.

Seguro que la conoces. Es tu resaca.