Cuentos de hadas del siglo XXI

Se conocieron una noche de agosto cualquiera, igual a la anterior, igual a la siguiente. La humedad, la temperatura, el ambiente... nada distinto que hiciera pensar que ésa sería una noche que recordar.
Ella, top amarillo y los vaqueros de salir, los apretados. Él, también con tejanos, y camiseta negra. En realidad era azul oscuro, tan oscuro que se veía negro. Podrían no haberse conocido nunca, pero no era eso lo que tenía que suceder. Dos ríos cruzarían aquella noche sus cauces irremediablemente.


Nada fue diferente en su primera conversación. Un chico y una chica, en una discoteca, presentaciones como ya se han visto muchas antes, conversaciones introductorias sobre todo en general y nada en particular. Cuántas historias empiezan así y terminan en nada? Esta fue al revés. Empezó en nada y no ha terminado aún. Y no terminará. Hace ya tiempo que se convirtió en una de esas leyendas que se cuentan generación tras generación, que los niños pequeños encuentran aburridas, y las niñas sueñan despiertas con que algún día les suceda a ellas también.


El primer beso no llegó en seguida, se hizo de rogar. Quizá por eso fue tan ansiado. Quizá por eso supo tan bien. Sabía a anticipación, a toda una vida por delante, a polvo de hadas. Uno de esos besos que te siguen rondando la boca y la mente, mucho después de haber sucedido. 
Y a pesar de que ambos sabían que lo mejor era olvidarse de aquel romance fugaz de verano... ninguno pudo. Y la historia volvió a repetirse. 


Muy a pesar de las dificultades, siendo la mayor la distancia, decidieron tirarse a la piscina de cabeza. Durante 5 largos años estuvieron juntos y estuvieron separados, pero la distancia física no se hizo latente en sus corazones, incluso en los momentos más grises. Al final el tozudo destino se salió con la suya, y eliminó todas las barreras. Y el príncipe, que ya había dejado de ser rana largo tiempo atrás, pudo por fin reunirse con su princesa por siempre jamás. 
 





Este es mi regalo/cuento de cumpleaños
para la persona más especial de mi mundo:
David, 6 de febrero de 2011.

Mi escalera

- Oye! Qué haces aquí en medio? Esta es MI escalera! De MI casa!
- Es que el otro día te ví, y me gustó tu bufanda...
- Estás loca? Drogada? Eras tú la de la bufanda!
- Ah...
- Bueno, te quitas del medio, o qué?
- Sí, perdona... sí.

Carolina se levantó, y tal como estaba sentada, con las manos en los bolsillos de los pantalones, arrastró los pies solamente unos pasos. Se giró, y miró a Carlota con esa mirada perdida tan suya, tan de corderito degollado.

- Yo soy Carolina. Pero no importa. Nada importa ya.

Carlota se quedó en la puerta todavía cerrada, mirándola, con la boca abierta y las llaves en la mano, sin mover un músculo. No sabía qué tenía aquella chica, que ambas veces que la había visto, no había podido evitar quedársela mirando.

- Oye! Oye! Esto... Carolina! - pero no se volvió.

Carolina y Carlota, Carlota y Carolina

- Hola.
- Mmmmm... - una mano muy blanca cubierta de finas venas azules suelta la bufanda y hace un gesto, a medio camino entre el saludo y el desprecio.
- Oye!

Carlota vuelve a dirigir la mirada al suelo, mientras piensa en el pelo sucio de la extraña de la bufanda, y en sus ojos tristes, pero brillantes, y en cierto modo, hipnóticos.

A su vez, la extraña de la bufanda y el pelo sucio, piensa en las estúpidas náuticas de la chica de la escalera, tan estúpidamente bien atadas, que le dan ganas de volver corriendo y pegarle una patada en la espinilla a la chica. Pero no lo hace, en parte porque está muerta de cansancio, en parte por la rabia que le da pensar en lo guapa que es la estúpida chica de las estúpidas náuticas color beige.

Ciudad mojada, fría, hermosa

                                                            
Cómo puede ser que una ciudad sea tan hermosa, que hasta recién despierta tiene duende?

Nubes grises se ciernen sobre los pináculos de tu catedral, pequeños charcos aquí y allá en las calles y calzadas, resaca de la tormenta de anoche.

Una furgoneta soltaria, parada cerca de una panadería, tentaciones a la vista de los pocos paseantes madrugadores.

El mar a un lado, avenidas anchas y largas al otro, callejuelas, plazas, escaparates, paradas de autobús... Sólo tú y yo sabemos cuánto te echaré de menos.