Engaños

Y, sentada en el suelo, en el rincón más oscuro que pudo encontrar, hundió la cabeza entre las manos, y las manos entre las rodillas, y lloró en silencio.

Lloró hasta que los fantasmas del pasado salieron por sus glándulas lagrimales, se sentaron a su lado, le susurraron sus temores más internos, la atormentaron, y finalmente, cansados, se marcharon.

Y entonces pudo recomponerse, lavarse un poco la cara, mirarse al espejo, y comenzar a aceptar lentamente lo que había hecho.

Había pasado la noche entre las piernas de otra. Y eso estaba mal. Porque Carlota la quería, mucho, muchísimo, tanto que le dolía aún más lo que acababa de hacer. Y con una rubia, que jamás le habían gustado.

Ladeó la cabeza en gesto de desaprobación de sí misma, pensando que eso era lo de menos. Qué más daba el color de pelo. Qué más daba, si acababa de hacerle el amor con las mismas ganas que a la persona que había permanecido a su lado los últimos 2 años, muy a pesar de los prejuicios de su círculo más cercano.

Se dió tanto asco que se permitió el lujo de vomitar lo poco que había comido durante el día, como si bastase para limpiarse por dentro de la sensación de suciedad y deshonra. Llenó la bañera de agua fría y jabón, se hundió hasta la nariz, y ahí se quedó, mirando al grifo, y callándose los sollozos bajo el agua y las burbujas.

Mara

Volvía a casa a oscuras, a tientas después de lo sucedido, que la atormentaba como una nube gris sobre su cabecita. Un pie delante del otro, despacito, para no resbalar en el rocío sobre las baldosas rojas del caminito que lleva hasta el portal.

Con una mano se recogía la melena pelirroja, con la otra, se iba atando la goma. Un moño bien apretado, como le había enseñado su abuela desde bien pequeñita. Abuela. Punzada de dolor y vergüenza al mismo tiempo. Qué pensaría ella si supiese dónde había pasado las últimas 4 horas. Y con quién, sobretodo con quién.

Y mientras todas las imágenes de lo hecho - comido, bebido, besado, lamido, mordido, gemido y un largo etcétera - le revolvían las entrañas, se dió cuenta de que quería escapar de la realidad, de lo que acababa de hacer. Y bajo la tenue lluvia que empezaba a caer, corrió hasta que se le acabó el aliento, hasta el final del callejón sin salida, donde se tendió a llorar y gritar hundiendo la cara entre las rodillas, mientras llovía sobre sus rojos cabellos.