Tan importante como una muñeca de trapo




Sólo los niños saben lo que buscan - dijo el Principito - Pierden el tiempo por una muñeca de trapo y la muñeca se transforma en algo muy importante, y si se les quita la muñeca, lloran... 

Tienen suerte - dijo el guardaagujas.




FELIZ 2010 A TODOS!

La reina del mundo

Con una copa de vino tinto, una de ésas copas de cristal fino, de las que al mojarse un dedo y resbalarlo por el borde se pueden sacar notas musicales, en la mano derecha, y una sortija de diamantes de un tamaño obsceno, yo podría dirigir el mundo y tener el dedo sobre el botón. Sí, el dedo de la sortija de diamantes, que pesa más, y que queda mucho más elegante.

Con una sonrisa a medias, y vestida con cualquier trapo de mercadillo que hacer pasar por una cara prenda de diseñador, y quizá con unas medias rotas, enseñando estilazo harapiento, tan sólo me faltan las gafas de sol y el pañuelo en la cabeza para creerme Marilyn o una nueva versión a lo Scarlett.

Con un corsé que muestre mi desvergonzado lunar en el pecho, y las telas camuflándose con cada centímetro de mi piel, dejando que la imaginación pueda ver con claridad lo que se esconde debajo de la tela, tacones de aguja y cualquier cosa roja, no importan labios, collar o pendientes, daría el pego colgada del brazo de un viejo magnate, un canoso directivo, un artista retirado o una vieja leyenda del rock.

Y si a todo éso le añadimos que tengo mucho, pero que mucho, mucho morro, yo podría proclamarme la reina del mundo.

Pero es que sería demasiado fácil...

Ojalá hubiera sido un mal sueño

Había alguien mirándola en el espejo, mirándola mientras ella se miraba a sí misma, mientras recorría con las pupilas lánguidas los cortes, los golpes, los hematomas, tan grandes que no podían esconderse bajo los pliegues de la piel, independientemente de en qué postura se colocara. Se miraba, y su reflejo la miraba también, admirando asqueada cada centímetro de aquella piel que ya no sentía como suya, deseando arrancársela toda de cuajo, quedarse toda pelada, rascarse todas las picazones de sus entrañas, echarse alcohol y prenderse fuego, entera y de golpe, y desaparecer. Meterse en un congelador y convertirse en un cubito de hielo humano. Lavarse tantas veces que dejara de ser la misma persona. Deshacerse de todo aquello que la convertía en un ser humano, dejar de tener peso y salir volando, dejar de tener conciencia y quedarse completamente vacía para no poder sentir. Vaciarse por dentro, meterse los dedos en la garganta para sacarse todo lo de dentro, hacer un inventario de ella misma sin fin, y tirar todos los pedazos por separado a los contenedores de basura, que ni para reciclarse servía.

Levantó la mirada y no se reconoció, no encontró sus ojos en aquél espejo, ni su cuerpo, ni su persona, solamente una niña flaca, desgastada, ojerosa, y violada.

I love you



- Oye, pero... tú me quieres?
- Mucho, porqué?
- Por saber. Y porqué me quieres?
- Porque contigo me siento querida. Y me gusta sentirme así.

Conversaciones tempranas

- Hola, buenos días, qué haces que me llamas tan temprano?
- Hola baby!
- Qué pasa?
- Nada, que te quiero.
- Ah! Vale, yo también te quiero. Qué pasa?
- Sólo éso.
- Me vas a decir qué pasa?
- No pasa nada, sólo quería que supieras que te quiero.
- Vale, y yo a tí, me voy a trabajar. Que tengas un buen día. Te quiero.
- Y tú también, te quiero!

Carlota espera

Sentada en sus eternos tres escalones, aquellos que cruzando la puerta que los corona, te llevan de la mano directamente a su infancia y a sus recuerdos más recientes, Carlota juega con el lazo de sus náuticas. Con una mano, distraída, se repasa los caracolillos del pelo, ésos que le caen sobre la frente como a una gitanilla cualquiera, y que a ella le gusta porque cree que le dan un aspecto rebelde, sin saber que realmente le dan un aspecto mucho más dulce que el que ella quisiera tener. Su mente divaga sin posarse en ningún pensamiento en concreto, y así van pasando los minutos, uno a uno.

A lo lejos, donde el asfalto se junta con el cielo, se divisa una figura tambaleante, con una larga bufanda enredándose a cada paso con su pelo largo. Pero Carlota no la ha visto todavía. Está demasiado ocupada echando de menos.

Juguemos a saltar baldosas



Calle Ciudad de Guayaquil, once de la mañana del primer día de enero, y a lo lejos se ve una imagen borrosa. Una figura femenina se desdibuja sola, contoneándose sin sentido, frotándose los ojos azules del cansancio, rascándose el pelo sucio de tomate y sal, jugando a veces con su bufanda, demasiado gruesa para ésa época del año... Se para, da dos pasos más, se vuelve a parar, y salta un poquito, como sin ganas, o quizá sin fuerzas.

Nadie lo sabe, pero ella está jugando a saltar las baldosas de dos en dos. Ya lo decía de niña, sinó me quemaré las suelas de mis zapatos.

La felicidad

Y sinó, cómo le llamas a éso? Ése impulso locuelo que hace saltar a mi padre sobre el parquet, jugando a pisar sólo los nudos de la madera en una especie de baile de San Vito...

Los hoyuelos sexys

La lechona se cocina en el horno, y a lo lejos, cuando miro por la ventana, puedo ver el mar, algunos pájaros en el cielo, y las copas de los árboles que se imponen majestuosos, queriendo que su verde sea más verde que azul el azul del mar.

Toda la casa huele a rico, y mi gata olisquea, y hace así y así con la nariz, que a mí me encanta porque me parece muy gracioso, luego pone las patitas sobre la ventana del horno y me mira, y me dice "mau" flojito, en forma de pregunta. Y qué tengo que contestarle?

Ahora mismo, le contestaría que tengo muchísima hambre, que el olor se
me mete por la nariz hasta las entrañas y se queda ahí un rato jugueteando, torturándome mientras espero. Que soy feliz, muy feliz, que la vida no siempre nos sonríe enseñando los dientes, pero a veces te enseña los hoyuelos, y a mí siempre me han parecido tan sexys...

Más Carlota

Carlota sabe atarse los zapatos desde hace muy poco, teniendo en cuenta el tiempo que lleva en éste mundo. Después de exactamente 21 años y 21 días, aprendió a atarse los zapatos harta de llevar siempre zapatillas con velcro, de ésas baratas que siempre le compraba su madre en cualquier mercadillo de barrio. Y es que a Carlota le gustan los zapatos con cordones, especialmente las náuticas. Le hacen sentirse más Carlota.

Carlota lleva el pelo corto, y le gusta pasarse los dedos desde la frente hasta la nuca tantas veces al día como se acuerde, siempre que no le dé vergüenza porque piense que alguien la está observando y podría juzgarla de demasiado presumida. No quiere ser presumida, porque no quiere ser femenina, y los considera sinónimos.

Carlota se queda sentada sobre los tres escalones de la casa de su madre, que dan directamente a la calle, que la han visto caer, que han protagonizado todas sus cicatrices de rodillas para abajo, y también una en la frente cerca de la ceja izquierda, que la han visto llegar sola, y también acompañada, que la han visto llegar trotando alegremente, otras veces triste y ya subiendo dejando alguna lagrimilla rebelde escapar, y que han sido mudos testigos de sus primeras eses y sus primeros besos. Se queda sentada, y admira su obra de arte, sus nuevas náuticas color beige oscuro con sus cordoncitos perfectamente atados, formando un lazo largo a los lados, corto en los extremos para no pisárselos.

Carlota piensa que tiene una vida demasiado pequeñita para estar malgastándola en los escalones de su casa de toda la vida, donde su madre ya ni siquiera vive.

Las cenizas de Carolina

Cuando por fin los bomberos pudieron echar abajo la puerta, aquél portón gastado y demasiado pesado para la época en la que se llevaban las puertas finitas hechas de contrachapado, prácticamente no había nada que salvar. Buscaron heridos, posibles víctimas. Nadie. Tan sólo restos, hechos ceniza. Con cuidado de no tocar nada, pues el fuego se había extinguido por sí sólo, y tocar algo era correr el peligro de que se deshiciera al instante, salieron tal y como habían entrado. Haciendo mucho ruido, y dejando desolación a sus espaldas.

Las paredes, testigos de lo que había sucedido en aquella cocina antigua y descascarada, ennegrecidas por el humo, amarillentas en los lugares que se habían salvado del fuego pero no del tiempo, jamás le contarían a Carolina qué pasó cuando salió por la puerta de su casa sin llaves, porque en aquél momento ella ya estaba muy lejos de allí. Probablemente rumbo a ninguna parte.

Fuego!

Y el tomate borbotea en el fuego, en aquella olla color beige difuminando en marrón, con las asas de baquelita, y sus burbujas rojas y redondas explotan y siguen salpicando la pared, cada vez en una parte distinta. Y el olor del tomate ardiendo se mezcla con el de la baquelita que se está quemando, ése olor que todos hemos notado alguna vez cuando el asa pasa demasiado tiempo cerca de la llama porque ésta está demasiado alta. Y si hubiera alguien en ése mismo instante que pudiera dar media vuelta al regulador del fogón, y apagarlo, todo sería muy fácil de evitar...

Echo de menos tu risa...

- Echo de menos tu risa. Echo de menos escucharla, desde lejos, y reírme contigo.
- Y yo reírme contigo. Piensa, ya va quedando menos. Cada día es uno menos.
- O más. Depende de si el vaso está medio vacío o medio lleno, es un día menos para volver a verte, o un día más sin verte.
- El eterno pesimista. Es una de ésas pequeñas cosas por las que te quiero.
- Me quieres con locura. Igual que yo a tí. Sin locura nuestro mundo está perdido.

- No. Nuestro mundo está perdido sin tí y sin mí.


Pasta italiana

Se había pasado toda la mañana amasando, pasando ingredientes entre sus dedos y dejando restos entre sus uñas y en los arañazos de las manos, que después de un rato se secaban y caían duros por cualquier parte, y no parecía que la pasta italiana receta de sus ancestros fuera a quitarle todo aquello que llevaba en la cabeza dando vueltas como en la lavadora. En la olla burbujeaba la salsa de tomate, y salpicaba la pared una vez blanca, y ahora amarillenta, y todo en lo que ella podía pensar era: Cómo me he dejado de salpicar de mierda de ésta manera, cómo... 


Así que, ya harta, cogió su bufanda, ésa que era verde con las puntas naranjas, y a pesar de que estábamos a 31 de diciembre en Montevideo, salió con ella a la calle, dejándose dentro las llaves y la comida en el fuego.

Erase una vez

Érase una vez, una niña a quien le encantaba hacer pollo a la miel, y hacía las mejores galletas con trocitos de chocolate del mundo entero. Siempre llevaba algún ingrediente en el pelo, una viruta de chocolate, un pegote de huevo y harina, una pepita de limón... Se llamaba Carolina, le gustaba llevar bufanda incluso si no era invierno y saltaba las baldosas de dos en dos para no quemarse las suelas de los zapatos.    

Hoy he dormido la siesta con mi gata

Me tumbo en la cama, teniendo cuidado de no poner las piernas donde está ella enroscadita. Pero como siempre, no puedo evitarlo, en cuanto me pongo demasiado cómoda empiezo a estirarme como si fuera la primera vez en mi vida, como si mis músculos no tuvieran fin, y la gata se despierta. Me mira, serena, y bosteza sacando la lengua. No sé si es así de chula, o es algo que hacen todos los gatos, pero me da la impresión de que me está vacilando. Después de lanzarme una de ésas miradas gatunas indiferentes, distantes, de Princesa del Hielo, suelta un suave maullido de algodón, y viene a buscar caricias. Levanto la manta, y ella se mete allí debajo, donde ya está calentito porque yo ya llevo un ratito, busca su posturita preferida, siempre con la cabeza hacia afuera, me mira, y empieza a ronronear muy bajito y con los ojitos cerrados.

La miro, y antes de cerrar los ojos y zambullirme en el sueño de media tarde, pienso qué delicioso es hacer la siesta con mi gata.

Llueve en Palma

Llueve en Palma, y la tormenta ya se ha calmado en mi corazón. Aquella tormenta que trajo consigo oleadas que cubrieron partes de las ciudades abandonadas de mi Liliput interno, que después he tenido que reconstruir. Pero tras todo el trabajo de reconstrucción, poner cada piedra de cada edificio en su lugar, cada persiana en sus goznes, y cubrir con cemento los huecos de las carreteras, la ciudad estaba limpia y mojada, mostrándose como antaño. O incluso quizá mostrándose desde el principio, lista para ser poblada de nuevo.

Una vez tuve un sueño...

Y se cumplió.

Desde pequeña siempre me fascinó la arquitectura, y casi sin saberlo acabé estudiando Historia del Arte, ya que soy de letras y no de ciencias. Si las matemáticas y la física y química se me hubieran dado bien, es probable que ahora fuera arquitecta. Y aunque la gente me diga que nunca es tarde para empezar, al final descubrí mi pasión: el diseño de interiores. Durante mis tres años poco fructíferos en la universidad soñaba despierta con estudiar para ser interiorista, pero no me permití a mí misma cumplir mi sueño, ya que pensaba que era otro muy distinto. Hoy mi sueño se ha cumplido, mi sueño real. Por fin soy titulada, aunque el momento del mercado no sea el mejor debido a la crisis, pero no me importa, porque mi título seguirá estando ahí ahora y cuando acabe la crisis.




Ahora mis ensoñaciones son distintas. Sueño con muebles de diseño, con un trabajo que me apasione y en el que pueda volcar toda mi creatividad, en diseños de revista creados por mí...

The nicest thing, Kate Nash

All I know is that you're so nice
You're the nicest thing I've seen
I wish that we could give it a go
See if we could be something

I wish I was your favourite girl
I wish you thought I was the reason you are in the world
I wish my smile was your favourite kind of smile
I wish the way that I dressed was your favourite kind of style

I wish you couldn't figure me out
But you'd always wanna know what I was about
I wish you'd hold my hand
When I was upset
I wish you'd never forget
The look on my face when we first met

I wish you had a favourite beauty spot
That you loved secretly
'Cause it was on a hidden bit
That nobody else could see
Basically, I wish that you loved me
I wish that you needed me

I wish that you knew when I said two sugars, Actually I meant three

I wish that without me your heart would break
I wish that without me you'd be spending the rest of your nights awake
I wish that without me you couldn't eat
I wish I was the last thing on your mind before you went to sleep

Look, all I know is that you're the nicest thing I've ever seen
And I wish that we could see if we could be something
Yeah I wish that we could see if we could be something





Descubrí ésta canción, por una de ésas casualidades. Ya sabes, empiezas a trabajar en un sitio nuevo, y conoces gente nueva, y una de ésas personas te dice que conoce un programa de radio y por la ley de causa y efecto empiezas a escucharlo tú también, y de pronto escuchas ésta canción y dices: ésto es lo que llevo pensando toda la vida, sabiéndolo sin saberlo. Simplemente me encanta.

Princesa de mi cuento

Yo soy una princesa de cuento de hadas de los hermanos Grimm, siempre lo fuí y siempre lo supe. Estaba destinada a tener una vida de princesa, lo que pasa es que yo no lo creía y durante años intenté hacerme la traveta a mí misma, llevando la contraria a mi destino irrefrenable. Ahora que lo he encontrado no pienso deshacerme de él jamás.

Tengo un príncipe que sueña conmigo por las noches, y en los días que está conmigo me despierta del letargo con un dulce beso, y otras veces con un brusco abrazo, que me encanta porque es totalmente sincero. Mi príncipe no sabe cocinarme, pero sí sabe elogiar lo que yo le cocino, y aunque conoce sus debilidades de carácter, también conoce las mías, y sabe aprovecharlas en su favor, y me dice cosas que piensa y que sabe que yo quiero oír, y tiene detalles que sabe que yo quiero recibir. Y cuando lloro, sabe que me gusta que me abracen muy fuerte, para que no me pueda escapar, porque a veces lo intento aunque no quiero. Y cuando río, ríe conmigo, pero nunca se ríe de mí, porque sabe que no me gusta. Mi príncipe no me trae rosas, para que no me pinche con sus espinas, y siempre me dice que un día me pondrá un castillo en la nube donde se encuentra la isla de Nunca Jamás, para que vivamos ahí, nos casemos, seamos felices y comamos perdices. Mi príncipe sabe pedir perdón, y sabe aceptar también mis perdones, aunque a veces los diga en voz callada. También conoce los monstruos que se esconden en mi armario, y me apoya cuando salen para asustarme, aunque jamás lucha por mí, sabe que yo puedo y quiero librar mis propias batallas. A mi príncipe no le gustan mis tortillas de patatas, pero le encantan mis besos de rana.

Mi príncipe me ha convertido en la princesa de Disney que siempre fuí...

Conversación conmigo misma


Cómo dices? Ah, sí, estoy estudiando. Bueno, pues hago mi examen final, el último que me queda para ser titulada, estoy haciendo un plano a escala 1:50 de una vivienda a remodelar. Sí, estoy en mi apartamento. Con Phoebe, sí. Está sentada sobre mis piernas y ronronea, y me gusta porque me da calorcito. Afuera hace frío, pero sol. No, hoy no hace viento. Hace un día de ésos en los que apetece más dar una vuelta en bici que estar encerrada entre 4 paredes sin ventanas empollando el huevo de mi título. Quizá me vaya a dar una vuelta. Porque me apetece, porque sí, porque me he ganado que el sol me acaricie un poco las mejillas, y que el frío sin viento me ponga la nariz rojita, y llevar guantes con forro polar dentro y agarrar el manillar de la bici fuerte para bajar muy rápido por las cuestas abajo. Y como veo que se me está haciendo tarde, y no quiero volver cuando el cielo anochezca sobre mí, que en ésta parte de Alemania se hace de noche muy pronto, me voy a ir ya. Ciao!

Disculpen la tardanza

Disculpen que llege así, de repente, tarde y sin avisar, con las prisas revueltas con el pelo despeinado de recién caída de la cama, las legañas colmadas de vivencias, y el café medio frío de quien sabe que a pesar de todo no llega a tiempo.

Anoche me quedé dormida chateando con mi alma, contándole secretos míos que ni siquiera yo conocía, pidiéndole con una sonrisa cómplice que por favor no fuera desperdigándolos por ahí, vaya uno a saber quién puede ser el menos indicado en enterarse. Quizá si se enterara la humanidad de lo que pienso de ella, me daría una patada en el culo o me mandaría a la mierda, pero es muy probable que yo no se lo cuente nunca nunca, porque aunque la mayoría de veces la detesto y me hace llorar y rascarme de pura picazón propia de la alergia psicosomática, la mayoría de las veces más una la adoro y no puedo vivir sin ella. Vivo con ella, de ella, y para ella, y casi todo el tiempo la analizo detenidamente para ver qué más cosas fascinantes descubro, porque cuanto más la conozco y más deplorable me parece, más profundo caigo en el hechizo.

Soy un ser social, y por éso, aunque la humanidad me produzca a veces amargor y arcadas, las más de las veces, hago de tripas corazón porque en realidad me muero de impaciencia por verme envuelta por ella, porque la necesito, es como ésa droga que sabes que te hace mal y no sabes cómo dejarla porque realmente no quieres dejarla.

Y es que, como iba diciendo, anoche trasnoché chateando, me dejé llevar por las palabras que salían a borbotones de mis dedos casi apuñalando las teclas con un furor impropio de mí, y del apasionamiento se me pasaron las horas, llevando pensamiento tras pensamiento a una pantalla anteriormente en blanco. Y las horas fueron haciendo tic-tac en el reloj, mientras yo perdía el tiempo arremetiendo contra algo con todas mis fuerzas, sin darme cuenta de que en realidad sólo arremetía contra mí, contra mi propio odio, porque la adoro, adoro a ésta asquerosa humanidad.

Del inconveniente de tener una novia y un gato

Y de tener que levantarte en una cama que te contagia sin querer los pelos blancos y las arrugas en las sábanas y en la cara que se acuesta contigo.
Y de llevar más de cuatro horas en la oficina, y descubrir otro pelo más en tu jersey oscuro, y de que los recuerdos y la sonrisa invadan tu cara.
Y de jugar a hacer cabañas de tres debajo de las mantas, en las noches más frías del invierno, entre ronroneos y risas juguetonas.
Y de despertarte a maullidos de gata o de mujer, a las tantas de la madrugada, una con hambre, y otra con otro tipo de hambre.

El bosque que le dió la vida y se la quitó

Miró desafiante al bosque desde el linde, desde el camino de tierra donde, cuando eran pequeños, jugaban a tirarle piedras a los espíritus y las brujas que sólo existían en su imaginación. Admiró su majestuosidad, las copas de sus árboles impresionantes, que se elevaban hacia el cielo amenazantes. La quietud le puso una piedra en el estómago. Ahora o nunca, adelante, pensó para sí misma. Y se puso en camino.

La oscuridad se cirnió sobre ella nada más atravesar la primera línea de árboles, pues las copas estaban tan juntas y sus ramas y follaje eran tan espesos, que impedían saber si era de día o noche cerrada. Se abrochó del todo la chaqueta, porque comenzaba a tener frío, y quería echarle la culpa de su piel de gallina a ello. No quería darse cuenta de que tenía miedo. En el fondo tenía mucho miedo. Las ramas de los árboles parecían volverse más grotescas por momentos. Cuanto más avanzaba, menos sombras veía, por la falta de luz, pero su imaginación creaba todas las que en la realidad faltaban. Ruidos bajo sus pies, delante, a lo lejos en el camino, por encima de su cabeza, la envolvían y sobresaltaban a cada paso.

De repente un alto brusco en el camino. Un golpe seco contra un grueso tronco. Pierde un poco el sentido de la orientación, se tambalea, y se lleva la mano a la cabeza, donde empezará pronto a crecer un chichón. Pero es tenaz, así que se concede un momento para descansar y recuperarse, y sigue adentrándose en las entrañas del bosque. Ése bosque que le había dado la vida.

Quería encontrar el lugar, conocido por muchos, y por muchos otros sólo de oídas, donde la generación de sus padres había perdido la virginidad. El rincón apartado y oscuro de los pecados, donde se daba rienda suelta a la lujuria de la adolescencia, mezclada con hormonas, impaciencia, sudores y lamentos. Lamentos y gemidos, que los rumores y las habladurías habían transformado en fantasmas, brujas, duendes... dependiendo de la habilidad del contador del cuento fantástico.

Y así, siguió pasito a pasito, internándose cada vez más, creyendo inocentemente que se acercaba al sitio al que pretendía llegar, sin darse cuenta de que estaba ya completamente perdida y desorientada.. Se le enredaban el pelo, los miedos y la ropa en las ramas más bajas de los árboles y los arbustos, y no se dió cuenta hasta que fue muy tarde de que por debajo de la ropa rasgada asomaba la sangre que se le cicatrizaba impregnada a la tela.

Su corazón latía deprisa, más deprisa de lo que probablemente había latido en toda su vida, quizá al mismo ritmo que el de su madre cuando la concibió sin pretenderlo. Estaba asustada y al mismo tiempo excitada. La respiración agitada y entrecortada. El pulso se aceleraba aún más. Creía estar a punto de encontrar ése dichoso lugar donde todo comenzó, donde dejó la no existencia para comenzar a ser una vida creciente. Los pasos que daba ya no eran firmes, ni su caminar recto, y se había torcido los dos tobillos varias veces, y empezaban a doler. También le dolía el pecho, de respirar aceleradamente por la boca el aire frío que llevaba mucho sin ser respirado. Ya no veía bien, y los ojos se le cerraban solos a pesar de que las ramas no le atacaran la cara. La oscuridad y el miedo dominaban su cuerpo por completo, haciéndolo inmune a los comandos que ella pretendía transmitir desde su cerebro. Estaba agotada. Se desvanecía. Se dejó caer torpemente sobre la tierra húmeda y un montón de hojas que empezaban a pudrirse. Y allí, desde el suelo, con los ojos entreabiertos o entrecerrados, divisó (o éso creyó) el árbol que siempre le había descrito su padre, con las iniciales grabadas en el tronco, sobre una fecha de unos 30 años atrás. La miró un segundo, sintió paz, y se dejó ir. Y en el mismo lugar donde se le había concedido el regalo de la vida, la misma le fue arrebatada.

Como la calma que corre por mis venas (II)

Con ésa paz y tranquilidad que jamás me caracterizaron, miro al frente y pronuncio mi nombre completo. Toman los datos, que podrían ser los míos o los de cualquier otra persona, y los añadirán al fichero, cuando acaben ésta tediosa tarea y después de por supuesto tomarse el desayuno y el café de media mañana.

La gente a mi alrededor me mira con cara de pánico. Y yo no entiendo a qué le tienen tanto miedo. Quizá es miedo a la incertidumbre. Sí, reconozco que éso me dió miedo a mí también durante un tiempo, pero ahora que soy yo quien rige las riendas de mi propia vida, que nunca antes me perteneció a mí misma, ahora ya no. Ahora lo que siento es emoción. Emoción de haber sido capaz de derrocar al conductor del volante, y haberme puesto en el sitio que siempre me correspondió.

No me importan los grilletes que se enroscan -amenazantes para algunos, excitantes para aquellos degenerados- que se enroscan alrededor de mis muñecas cada noche en mi cama, y en todas aquellas paralelas a la mía en el pabellón. Tampoco me importan los gritos en medio de la noche, ni los llantos, ni siquiera me molestan un poquito los espamos involuntarios de algunos de mis compañeros, los que están peor que nadie.



"Confesé" que lo había hecho, y lo achaqué a demencia psicótica, algo que se ha sufrido durante generaciones en mi familia. Creí que mis posibilidades eran nulas, pero funcionó. Lo que me demuestra, estando en pleno uso de mis capacidades intelectuales, que el sistema judicial de éste país no funciona. No funciona. Por éso estoy tranquila. Maté a mi marido, nadie sabe porqué, y yo respiro tranquila en un centro psiquiátrico, atendidas todas mis necesidades de por vida.

Algún motivo tendría... (I)

Érase una vez... una mujer que parecía muy feliz. Tenía la pareja que siempre había deseado, y él le proporcionaba la vida lujosa que ella siempre había querido (o al menos así lo había creído ella desde pequeñita). Quizá sólo buscó aquello para conseguir la aprobación de los demás. Quizá indirectamente fue lo que le inculcaron a buscar. Quizá tenía algún tipo de trauma infantil que pretendía compensar, diría un psicólogo.

Y de repente, un buen día, sin que nadie se lo esperase... El que debería haber sido el día más feliz de sus vidas, pensaba la gente superficial de su alrededor, se tornó el más amargo. Él amaneció muerto sobre un mar de sangre, en la habitación del hotel donde iban a desposarse, y ella amaneció vestida de blanco, en un tren con rumbo perdido, y un cuchillo de carnicero en el bolso. Para su suerte o desgracia, quizá más por desgracia para armonizar con aquello que había tenido toda su vida, fue detenida.

La interrogaron durante horas, en una fría pequeña y gris habitación del cuartel policial, y tan sólo obtuvieron de ella el silencio de sus labios cerrados, y una mirada de paz que aterrorizaba.



Por los pasillos del cuartel donde pasó su primera noche recluida, se oía:
- Menuda frialdad... Tenía la vida perfecta. Porqué haría algo así?
- Algún motivo tendría.

Reapertura y celebración

Vuelvo a las andadas. Probablemente un poco más sabia, y también con algunas cicatrices de más. No se aprende sin caerse y hacerse un poquito de daño. Una vez leí "si por vivir todo lo bueno, tuve que sufrir todo lo malo, no rechazo nada de lo malo por no perder nada de lo bueno". Muy cierto.

Como dice Jorge Bucay, todos tenemos nuestra "historia trágica", aquella que vendría a justificar todos nuestros fallos y logros frustrados. Responde a la pregunta de "Qué se puede esperar de mí si..." seguido de muchos etcéteras. Yo también tengo la mía, y a pesar de éso, o precisamente gracias a ello, estoy donde estoy. Y no cambiaría nada si volviera atrás. Porque entonces nunca habría conocido a la persona que soy hoy.

Soy un poco alocada. A veces tengo razón y otras muchas no. Me muerdo las pieles pero no las uñas. Me gusta jugar con mi pelo cuando lo llevo muy largo. Sé que mis ojos se vuelven amarillos cuando les da mucho el sol. Soy orgullosa, y muy cabezota. Desvarío. Casi siempre tengo que pedir perdón por decir cosas no apropiadas, o que realmente no siento. He compartido piso con tanta gente que no puedo recordarlos a todos. He perdido dinero, y también me lo he encontrado. Compro cosas que no necesito. Me gustan las gominolas, en especial si te dejas la bolsa abierta durante un par de días y han dejado de estar blanditas y suavecitas. Me encantan los gatos, sobretodo la mía, y mi sueño secreto es algún día tener un caballo. Quizá no es tan secreto. Soy una romántica sin freno ni remedio. Cuando estoy sentada sobre la hierba, me gusta arrancar los hierbajos suaves y nuevos, aquellos que son de un verde más clarito. Me encanta maquillarme y ser muy muy femenina, y a la vez puedo volverme un chicarrón, subirme a los árboles, tirarme en el barro y jugar a peleas. He tenido tantos trabajos, que siempre sorprendo a la gente de mi alrededor cuando enumero uno nuevo. Por las mañanas me gusta tomar tostadas con mantequilla y mermelada (a poder ser de frutos del bosque). Me gusta la vida del campo, mirada a través de un telescopio en un apartamento en el centro de la ciudad. Cuando era pequeña siempre pisaba las líneas blancas de los pasos de peatones, y aún ahora me gusta jugar de nuevo a veces. Tengo un sexto sentido que me cuenta cosas al oído antes de que me las cuente nadie más. Bebo vino tinto encantada, pero no sé distinguir uno bueno de uno barato. Éso sí, siempre en copa. Me gusta peinarme las cejas con los dedos cuando estoy rodeada de gente. Soy un poco rara, y a veces soy como todos los demás. Cuando era pequeña solía corregir a mis profesores en el colegio. Llevo cicatrices compartidas con mi hermano. Y he tenido más de 5 esguinces en el mismo tobillo.

Por culpa de todo éso, o quizá gracias a ello, incluso podrían ser las dos cosas al mismo tiempo, yo soy yo y no soy nadie más. Y precisamente porq yo soy yo, y no soy ninguna otra persona, él me ha elegido, entre la masa de gente, porque por algún motivo yo he destacado. O le elegí yo? O fue una elección mutua? Sea como fuere, aquí estamos, y decidimos mirar al futuro juntos, despertándonos en la misma cama, con los sueños recién levantados enredados en la almohada.