Home sweet home

Yo tengo una casa. Tengo un hogar. 
Es tu corazón.

Nada, nadie, en el mundo entero, me cobija igual. 



Ciudad de sonrisas escondidas

El otro día pasé junto a un montón de hojas secas, barridas y amontonadas en un rincón del parque. Y sentí unas ganas tremendas de tirarme de espaldas, con los ojos cerrados, y rebozarme de olor a tierra y humedad, y sentirme una cría de nuevo. No lo hice. Pero el sólo hecho de pensarlo, ya me arrancó una sonrisa.

Y la niña, de más o menos un añito, embutida de pies a cabeza en un mono acolchado, que me miraba desde el otro lado del vagón de metro, casi sin parpadear, como si yo fuera algo que ella jamás había visto antes en lugar de un ser humano como cualquier otro; también me hizo sonreír sin poder remediarlo.

Y mi gata, que en los días de frío se sienta frente a la ventana y estornuda, y me mira como diciendo "menudo día de perros". Y la otra, que estirada a más no poder sobre el edredón de la cama todavía sin recoger, parece decirme claramente con esos grandes ojos azules "quedarse en la cama todo el día es el mejor plan para hoy". Y cuando enciendo la radio y escucho una canción en la que justo había estado pensando un momento antes. Y cuando entro al supermercado y tienen de oferta las frutas rojas que tanto me gustan, y sólo con verlas, ordenadas tan preciosas en la cajita de plástico, ya disfruto imaginándome qué recetas voy a hacer con ellas. Y cuando amanece jueves, y ya pienso en todas las cosas que me están esperando a la vuelta de la esquina del fin de semana, cuando tú y yo podamos perdernos juntos por las calles de Berlín.