The nicest thing, Kate Nash

All I know is that you're so nice
You're the nicest thing I've seen
I wish that we could give it a go
See if we could be something

I wish I was your favourite girl
I wish you thought I was the reason you are in the world
I wish my smile was your favourite kind of smile
I wish the way that I dressed was your favourite kind of style

I wish you couldn't figure me out
But you'd always wanna know what I was about
I wish you'd hold my hand
When I was upset
I wish you'd never forget
The look on my face when we first met

I wish you had a favourite beauty spot
That you loved secretly
'Cause it was on a hidden bit
That nobody else could see
Basically, I wish that you loved me
I wish that you needed me

I wish that you knew when I said two sugars, Actually I meant three

I wish that without me your heart would break
I wish that without me you'd be spending the rest of your nights awake
I wish that without me you couldn't eat
I wish I was the last thing on your mind before you went to sleep

Look, all I know is that you're the nicest thing I've ever seen
And I wish that we could see if we could be something
Yeah I wish that we could see if we could be something





Descubrí ésta canción, por una de ésas casualidades. Ya sabes, empiezas a trabajar en un sitio nuevo, y conoces gente nueva, y una de ésas personas te dice que conoce un programa de radio y por la ley de causa y efecto empiezas a escucharlo tú también, y de pronto escuchas ésta canción y dices: ésto es lo que llevo pensando toda la vida, sabiéndolo sin saberlo. Simplemente me encanta.

Princesa de mi cuento

Yo soy una princesa de cuento de hadas de los hermanos Grimm, siempre lo fuí y siempre lo supe. Estaba destinada a tener una vida de princesa, lo que pasa es que yo no lo creía y durante años intenté hacerme la traveta a mí misma, llevando la contraria a mi destino irrefrenable. Ahora que lo he encontrado no pienso deshacerme de él jamás.

Tengo un príncipe que sueña conmigo por las noches, y en los días que está conmigo me despierta del letargo con un dulce beso, y otras veces con un brusco abrazo, que me encanta porque es totalmente sincero. Mi príncipe no sabe cocinarme, pero sí sabe elogiar lo que yo le cocino, y aunque conoce sus debilidades de carácter, también conoce las mías, y sabe aprovecharlas en su favor, y me dice cosas que piensa y que sabe que yo quiero oír, y tiene detalles que sabe que yo quiero recibir. Y cuando lloro, sabe que me gusta que me abracen muy fuerte, para que no me pueda escapar, porque a veces lo intento aunque no quiero. Y cuando río, ríe conmigo, pero nunca se ríe de mí, porque sabe que no me gusta. Mi príncipe no me trae rosas, para que no me pinche con sus espinas, y siempre me dice que un día me pondrá un castillo en la nube donde se encuentra la isla de Nunca Jamás, para que vivamos ahí, nos casemos, seamos felices y comamos perdices. Mi príncipe sabe pedir perdón, y sabe aceptar también mis perdones, aunque a veces los diga en voz callada. También conoce los monstruos que se esconden en mi armario, y me apoya cuando salen para asustarme, aunque jamás lucha por mí, sabe que yo puedo y quiero librar mis propias batallas. A mi príncipe no le gustan mis tortillas de patatas, pero le encantan mis besos de rana.

Mi príncipe me ha convertido en la princesa de Disney que siempre fuí...

Conversación conmigo misma


Cómo dices? Ah, sí, estoy estudiando. Bueno, pues hago mi examen final, el último que me queda para ser titulada, estoy haciendo un plano a escala 1:50 de una vivienda a remodelar. Sí, estoy en mi apartamento. Con Phoebe, sí. Está sentada sobre mis piernas y ronronea, y me gusta porque me da calorcito. Afuera hace frío, pero sol. No, hoy no hace viento. Hace un día de ésos en los que apetece más dar una vuelta en bici que estar encerrada entre 4 paredes sin ventanas empollando el huevo de mi título. Quizá me vaya a dar una vuelta. Porque me apetece, porque sí, porque me he ganado que el sol me acaricie un poco las mejillas, y que el frío sin viento me ponga la nariz rojita, y llevar guantes con forro polar dentro y agarrar el manillar de la bici fuerte para bajar muy rápido por las cuestas abajo. Y como veo que se me está haciendo tarde, y no quiero volver cuando el cielo anochezca sobre mí, que en ésta parte de Alemania se hace de noche muy pronto, me voy a ir ya. Ciao!

Disculpen la tardanza

Disculpen que llege así, de repente, tarde y sin avisar, con las prisas revueltas con el pelo despeinado de recién caída de la cama, las legañas colmadas de vivencias, y el café medio frío de quien sabe que a pesar de todo no llega a tiempo.

Anoche me quedé dormida chateando con mi alma, contándole secretos míos que ni siquiera yo conocía, pidiéndole con una sonrisa cómplice que por favor no fuera desperdigándolos por ahí, vaya uno a saber quién puede ser el menos indicado en enterarse. Quizá si se enterara la humanidad de lo que pienso de ella, me daría una patada en el culo o me mandaría a la mierda, pero es muy probable que yo no se lo cuente nunca nunca, porque aunque la mayoría de veces la detesto y me hace llorar y rascarme de pura picazón propia de la alergia psicosomática, la mayoría de las veces más una la adoro y no puedo vivir sin ella. Vivo con ella, de ella, y para ella, y casi todo el tiempo la analizo detenidamente para ver qué más cosas fascinantes descubro, porque cuanto más la conozco y más deplorable me parece, más profundo caigo en el hechizo.

Soy un ser social, y por éso, aunque la humanidad me produzca a veces amargor y arcadas, las más de las veces, hago de tripas corazón porque en realidad me muero de impaciencia por verme envuelta por ella, porque la necesito, es como ésa droga que sabes que te hace mal y no sabes cómo dejarla porque realmente no quieres dejarla.

Y es que, como iba diciendo, anoche trasnoché chateando, me dejé llevar por las palabras que salían a borbotones de mis dedos casi apuñalando las teclas con un furor impropio de mí, y del apasionamiento se me pasaron las horas, llevando pensamiento tras pensamiento a una pantalla anteriormente en blanco. Y las horas fueron haciendo tic-tac en el reloj, mientras yo perdía el tiempo arremetiendo contra algo con todas mis fuerzas, sin darme cuenta de que en realidad sólo arremetía contra mí, contra mi propio odio, porque la adoro, adoro a ésta asquerosa humanidad.

Del inconveniente de tener una novia y un gato

Y de tener que levantarte en una cama que te contagia sin querer los pelos blancos y las arrugas en las sábanas y en la cara que se acuesta contigo.
Y de llevar más de cuatro horas en la oficina, y descubrir otro pelo más en tu jersey oscuro, y de que los recuerdos y la sonrisa invadan tu cara.
Y de jugar a hacer cabañas de tres debajo de las mantas, en las noches más frías del invierno, entre ronroneos y risas juguetonas.
Y de despertarte a maullidos de gata o de mujer, a las tantas de la madrugada, una con hambre, y otra con otro tipo de hambre.

El bosque que le dió la vida y se la quitó

Miró desafiante al bosque desde el linde, desde el camino de tierra donde, cuando eran pequeños, jugaban a tirarle piedras a los espíritus y las brujas que sólo existían en su imaginación. Admiró su majestuosidad, las copas de sus árboles impresionantes, que se elevaban hacia el cielo amenazantes. La quietud le puso una piedra en el estómago. Ahora o nunca, adelante, pensó para sí misma. Y se puso en camino.

La oscuridad se cirnió sobre ella nada más atravesar la primera línea de árboles, pues las copas estaban tan juntas y sus ramas y follaje eran tan espesos, que impedían saber si era de día o noche cerrada. Se abrochó del todo la chaqueta, porque comenzaba a tener frío, y quería echarle la culpa de su piel de gallina a ello. No quería darse cuenta de que tenía miedo. En el fondo tenía mucho miedo. Las ramas de los árboles parecían volverse más grotescas por momentos. Cuanto más avanzaba, menos sombras veía, por la falta de luz, pero su imaginación creaba todas las que en la realidad faltaban. Ruidos bajo sus pies, delante, a lo lejos en el camino, por encima de su cabeza, la envolvían y sobresaltaban a cada paso.

De repente un alto brusco en el camino. Un golpe seco contra un grueso tronco. Pierde un poco el sentido de la orientación, se tambalea, y se lleva la mano a la cabeza, donde empezará pronto a crecer un chichón. Pero es tenaz, así que se concede un momento para descansar y recuperarse, y sigue adentrándose en las entrañas del bosque. Ése bosque que le había dado la vida.

Quería encontrar el lugar, conocido por muchos, y por muchos otros sólo de oídas, donde la generación de sus padres había perdido la virginidad. El rincón apartado y oscuro de los pecados, donde se daba rienda suelta a la lujuria de la adolescencia, mezclada con hormonas, impaciencia, sudores y lamentos. Lamentos y gemidos, que los rumores y las habladurías habían transformado en fantasmas, brujas, duendes... dependiendo de la habilidad del contador del cuento fantástico.

Y así, siguió pasito a pasito, internándose cada vez más, creyendo inocentemente que se acercaba al sitio al que pretendía llegar, sin darse cuenta de que estaba ya completamente perdida y desorientada.. Se le enredaban el pelo, los miedos y la ropa en las ramas más bajas de los árboles y los arbustos, y no se dió cuenta hasta que fue muy tarde de que por debajo de la ropa rasgada asomaba la sangre que se le cicatrizaba impregnada a la tela.

Su corazón latía deprisa, más deprisa de lo que probablemente había latido en toda su vida, quizá al mismo ritmo que el de su madre cuando la concibió sin pretenderlo. Estaba asustada y al mismo tiempo excitada. La respiración agitada y entrecortada. El pulso se aceleraba aún más. Creía estar a punto de encontrar ése dichoso lugar donde todo comenzó, donde dejó la no existencia para comenzar a ser una vida creciente. Los pasos que daba ya no eran firmes, ni su caminar recto, y se había torcido los dos tobillos varias veces, y empezaban a doler. También le dolía el pecho, de respirar aceleradamente por la boca el aire frío que llevaba mucho sin ser respirado. Ya no veía bien, y los ojos se le cerraban solos a pesar de que las ramas no le atacaran la cara. La oscuridad y el miedo dominaban su cuerpo por completo, haciéndolo inmune a los comandos que ella pretendía transmitir desde su cerebro. Estaba agotada. Se desvanecía. Se dejó caer torpemente sobre la tierra húmeda y un montón de hojas que empezaban a pudrirse. Y allí, desde el suelo, con los ojos entreabiertos o entrecerrados, divisó (o éso creyó) el árbol que siempre le había descrito su padre, con las iniciales grabadas en el tronco, sobre una fecha de unos 30 años atrás. La miró un segundo, sintió paz, y se dejó ir. Y en el mismo lugar donde se le había concedido el regalo de la vida, la misma le fue arrebatada.