Errores repetitivos 2.0

Sentada en el sillón de delante del balcón, acariciaba el gato de su regazo de una manera casi automática, sin sentido y en cierto modo sin ganas, hasta que el gato se cansó, le dirigió una mirada recriminatoria, y saltó al suelo. Ella miraba sin mirar como el animalito se tumbaba hecho un ovillo en el único resquicio de sol que entraba por la ventana e iluminaba un par de baldosas. Y mientras pensaba en cosas. En muchas otras cosas. En todas las otras cosas, para ser más exactos.

En ellas, en ellos. Sobretodo en ellos. Pero también, y de una manera inquietantemente especial, sobretodo en ellas. Porque lo del pelo rojo no era el único atrayente, y no terminaba de explicárselo.

Y había prometido darse una tregua a sí misma, apartarse de todo y del mundo, separar su corazón de su cabeza y buscarle una razón lógica. Y sobretodo aclarar el ovillo enmarañado de sentimientos que le acompañaba hasta cuando creía estar en la soledad del baño. Se había roto la promesa a sí misma. "Las promesas hechas a uno mismo son más fáciles de excusar" se consoló.

Y Pablo había pagado el plato que había roto ella misma. Su propio error, cometido hasta la saciedad, ese error que todos sabemos que no nos lleva a ninguna parte y sin embargo volvemos a caer, una y otra y otra ve más. Y de nuevo, volvió a prometerse a sí misma lo mismo que la última vez: no acostarse con nadie hasta entender lo de las malditas pelirrojas. Malditas.

Siguió maldiciendo desde la sala hasta la habitación, se tumbó en la cama, y a la vez que se metía entre las sábanas se iba quitando la ropa, hundiendo sus manos en las cuevas oscuras de su cuerpo mientras pensaba en sus malditas pelirrojas. Y en sus malditas curvas. Y en aquel primer beso. Maldito primer beso, tan dulce, tan de repente.

Aquel primer beso con otra mujer fue el desencadenante de todo. Cuando un beso a una amiga en una discoteca, para pretender ser lesbianas y quitarse al pesado de turno, te gusta demasiado... tienes motivos para preguntarte el porqué.

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