Engaños

Y, sentada en el suelo, en el rincón más oscuro que pudo encontrar, hundió la cabeza entre las manos, y las manos entre las rodillas, y lloró en silencio.

Lloró hasta que los fantasmas del pasado salieron por sus glándulas lagrimales, se sentaron a su lado, le susurraron sus temores más internos, la atormentaron, y finalmente, cansados, se marcharon.

Y entonces pudo recomponerse, lavarse un poco la cara, mirarse al espejo, y comenzar a aceptar lentamente lo que había hecho.

Había pasado la noche entre las piernas de otra. Y eso estaba mal. Porque Carlota la quería, mucho, muchísimo, tanto que le dolía aún más lo que acababa de hacer. Y con una rubia, que jamás le habían gustado.

Ladeó la cabeza en gesto de desaprobación de sí misma, pensando que eso era lo de menos. Qué más daba el color de pelo. Qué más daba, si acababa de hacerle el amor con las mismas ganas que a la persona que había permanecido a su lado los últimos 2 años, muy a pesar de los prejuicios de su círculo más cercano.

Se dió tanto asco que se permitió el lujo de vomitar lo poco que había comido durante el día, como si bastase para limpiarse por dentro de la sensación de suciedad y deshonra. Llenó la bañera de agua fría y jabón, se hundió hasta la nariz, y ahí se quedó, mirando al grifo, y callándose los sollozos bajo el agua y las burbujas.

1 comentario:

  1. Reina mía! Tu fetichismo por las pelirrojas empieza a llamar tanto mi atención...

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Antes de irte, me gustaría que dejases algo más que las huellas de tus zapatos sobre el polvo...