Mara

Volvía a casa a oscuras, a tientas después de lo sucedido, que la atormentaba como una nube gris sobre su cabecita. Un pie delante del otro, despacito, para no resbalar en el rocío sobre las baldosas rojas del caminito que lleva hasta el portal.

Con una mano se recogía la melena pelirroja, con la otra, se iba atando la goma. Un moño bien apretado, como le había enseñado su abuela desde bien pequeñita. Abuela. Punzada de dolor y vergüenza al mismo tiempo. Qué pensaría ella si supiese dónde había pasado las últimas 4 horas. Y con quién, sobretodo con quién.

Y mientras todas las imágenes de lo hecho - comido, bebido, besado, lamido, mordido, gemido y un largo etcétera - le revolvían las entrañas, se dió cuenta de que quería escapar de la realidad, de lo que acababa de hacer. Y bajo la tenue lluvia que empezaba a caer, corrió hasta que se le acabó el aliento, hasta el final del callejón sin salida, donde se tendió a llorar y gritar hundiendo la cara entre las rodillas, mientras llovía sobre sus rojos cabellos.

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