Una calle cualquiera de Berlín.
Yo, y varias personas más, de distintas etnias y edades, esperamos en la calle a que nos abran la puerta de un local.
Hacia el final de la calle se empiezan a oír
el parloteo
los gritos
las risas
los saltos
las patadas a las piedras
las maestras poniendo orden
Y como por arte de magia, todas y cada una de las personas que están esperando, sonríen a los niños que pasan, agrupados de a dos, camino a alguna parte, transmitiendo alegría y contagiando risas, que ellos tienen de sobra.