Al día siguiente

Por debajo de las sábanas se oye un quejido moribundo, algo así como "mmmmmmmmmhh". De pronto aparece una cara roja, arrugada, hinchada, el pelo disparado en todas direcciones. Sale un pie. Luego el otro. Despacio, sin hacer ruido, los pone sobre el suelo. Sale de las profundidades de la cama, en bragas y la camiseta de la noche anterior. Se estira. Sentada, mira al frente sin ver nada. Se rasca un lado de la cabeza, y se pasa la mano por la cara. Sigue sentada, hay que recuperar fuerzas para levantarse al mundo. Poco a poco, se yergue, con calma, con cuidado de no moverse bruscamente, o el dolor de cabeza se extenderá por todo el cuerpo como un virus imparable. Además, los movimientos bruscos no contribuyen a recuperar la memoria perdida.

Ha conseguido levantarse, se rasca, todo pica. Se estira el elástico de las bragas por debajo de la nalga y se arremanga la camiseta. Poco a poco hace camino hacia la nevera. Un gran vaso de agua. De un sólo trago. Luego otro más. El olor de la comida  cerca de su nariz le produce náuseas, así que cierra la puerta de la nevera deprisa para no vomitar. Se lava la cara, agua bien fría para desperezarse. Se mira al espejo un momento, dos manchas negras le cubren los ojos. Olvidó desmaquillarse antes de meterse en la cama. Descubre un morado en la pierna, no recuerda de cuándo, ni cómo. Se busca más, por suerte no encuentra.

Y al final decide volver a dormir. Total es domingo. Todo el día para hacer nada. Se cubre hasta la cabeza, se acurruca en posición fetal, tarda dos segundos y medio en estar dormida de nuevo.

Seguro que la conoces. Es tu resaca.

1 comentario:

Antes de irte, me gustaría que dejases algo más que las huellas de tus zapatos sobre el polvo...