Como la calma que corre por mis venas (II)

Con ésa paz y tranquilidad que jamás me caracterizaron, miro al frente y pronuncio mi nombre completo. Toman los datos, que podrían ser los míos o los de cualquier otra persona, y los añadirán al fichero, cuando acaben ésta tediosa tarea y después de por supuesto tomarse el desayuno y el café de media mañana.

La gente a mi alrededor me mira con cara de pánico. Y yo no entiendo a qué le tienen tanto miedo. Quizá es miedo a la incertidumbre. Sí, reconozco que éso me dió miedo a mí también durante un tiempo, pero ahora que soy yo quien rige las riendas de mi propia vida, que nunca antes me perteneció a mí misma, ahora ya no. Ahora lo que siento es emoción. Emoción de haber sido capaz de derrocar al conductor del volante, y haberme puesto en el sitio que siempre me correspondió.

No me importan los grilletes que se enroscan -amenazantes para algunos, excitantes para aquellos degenerados- que se enroscan alrededor de mis muñecas cada noche en mi cama, y en todas aquellas paralelas a la mía en el pabellón. Tampoco me importan los gritos en medio de la noche, ni los llantos, ni siquiera me molestan un poquito los espamos involuntarios de algunos de mis compañeros, los que están peor que nadie.



"Confesé" que lo había hecho, y lo achaqué a demencia psicótica, algo que se ha sufrido durante generaciones en mi familia. Creí que mis posibilidades eran nulas, pero funcionó. Lo que me demuestra, estando en pleno uso de mis capacidades intelectuales, que el sistema judicial de éste país no funciona. No funciona. Por éso estoy tranquila. Maté a mi marido, nadie sabe porqué, y yo respiro tranquila en un centro psiquiátrico, atendidas todas mis necesidades de por vida.

2 comentarios:

  1. una mota de polvo se amontona en esta esquina, bravo :)

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  2. no se parece ni un poco a lo que yo escribo, pero me ha gustado un montón(:

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Antes de irte, me gustaría que dejases algo más que las huellas de tus zapatos sobre el polvo...