El bosque que le dió la vida y se la quitó

Miró desafiante al bosque desde el linde, desde el camino de tierra donde, cuando eran pequeños, jugaban a tirarle piedras a los espíritus y las brujas que sólo existían en su imaginación. Admiró su majestuosidad, las copas de sus árboles impresionantes, que se elevaban hacia el cielo amenazantes. La quietud le puso una piedra en el estómago. Ahora o nunca, adelante, pensó para sí misma. Y se puso en camino.

La oscuridad se cirnió sobre ella nada más atravesar la primera línea de árboles, pues las copas estaban tan juntas y sus ramas y follaje eran tan espesos, que impedían saber si era de día o noche cerrada. Se abrochó del todo la chaqueta, porque comenzaba a tener frío, y quería echarle la culpa de su piel de gallina a ello. No quería darse cuenta de que tenía miedo. En el fondo tenía mucho miedo. Las ramas de los árboles parecían volverse más grotescas por momentos. Cuanto más avanzaba, menos sombras veía, por la falta de luz, pero su imaginación creaba todas las que en la realidad faltaban. Ruidos bajo sus pies, delante, a lo lejos en el camino, por encima de su cabeza, la envolvían y sobresaltaban a cada paso.

De repente un alto brusco en el camino. Un golpe seco contra un grueso tronco. Pierde un poco el sentido de la orientación, se tambalea, y se lleva la mano a la cabeza, donde empezará pronto a crecer un chichón. Pero es tenaz, así que se concede un momento para descansar y recuperarse, y sigue adentrándose en las entrañas del bosque. Ése bosque que le había dado la vida.

Quería encontrar el lugar, conocido por muchos, y por muchos otros sólo de oídas, donde la generación de sus padres había perdido la virginidad. El rincón apartado y oscuro de los pecados, donde se daba rienda suelta a la lujuria de la adolescencia, mezclada con hormonas, impaciencia, sudores y lamentos. Lamentos y gemidos, que los rumores y las habladurías habían transformado en fantasmas, brujas, duendes... dependiendo de la habilidad del contador del cuento fantástico.

Y así, siguió pasito a pasito, internándose cada vez más, creyendo inocentemente que se acercaba al sitio al que pretendía llegar, sin darse cuenta de que estaba ya completamente perdida y desorientada.. Se le enredaban el pelo, los miedos y la ropa en las ramas más bajas de los árboles y los arbustos, y no se dió cuenta hasta que fue muy tarde de que por debajo de la ropa rasgada asomaba la sangre que se le cicatrizaba impregnada a la tela.

Su corazón latía deprisa, más deprisa de lo que probablemente había latido en toda su vida, quizá al mismo ritmo que el de su madre cuando la concibió sin pretenderlo. Estaba asustada y al mismo tiempo excitada. La respiración agitada y entrecortada. El pulso se aceleraba aún más. Creía estar a punto de encontrar ése dichoso lugar donde todo comenzó, donde dejó la no existencia para comenzar a ser una vida creciente. Los pasos que daba ya no eran firmes, ni su caminar recto, y se había torcido los dos tobillos varias veces, y empezaban a doler. También le dolía el pecho, de respirar aceleradamente por la boca el aire frío que llevaba mucho sin ser respirado. Ya no veía bien, y los ojos se le cerraban solos a pesar de que las ramas no le atacaran la cara. La oscuridad y el miedo dominaban su cuerpo por completo, haciéndolo inmune a los comandos que ella pretendía transmitir desde su cerebro. Estaba agotada. Se desvanecía. Se dejó caer torpemente sobre la tierra húmeda y un montón de hojas que empezaban a pudrirse. Y allí, desde el suelo, con los ojos entreabiertos o entrecerrados, divisó (o éso creyó) el árbol que siempre le había descrito su padre, con las iniciales grabadas en el tronco, sobre una fecha de unos 30 años atrás. La miró un segundo, sintió paz, y se dejó ir. Y en el mismo lugar donde se le había concedido el regalo de la vida, la misma le fue arrebatada.

1 comentario:

  1. Qué maravilla de relato! Todas las sensaciones fueron vividas hasta el final... y qué final tan bueno. Un abrazo.

    ResponderEliminar

Antes de irte, me gustaría que dejases algo más que las huellas de tus zapatos sobre el polvo...