Yo soy una princesa de cuento de hadas de los hermanos Grimm, siempre lo fuí y siempre lo supe. Estaba destinada a tener una vida de princesa, lo que pasa es que yo no lo creía y durante años intenté hacerme la traveta a mí misma, llevando la contraria a mi destino irrefrenable. Ahora que lo he encontrado no pienso deshacerme de él jamás.
Tengo un príncipe que sueña conmigo por las noches, y en los días que está conmigo me despierta del letargo con un dulce beso, y otras veces con un brusco abrazo, que me encanta porque es totalmente sincero. Mi príncipe no sabe cocinarme, pero sí sabe elogiar lo que yo le cocino, y aunque conoce sus debilidades de carácter, también conoce las mías, y sabe aprovecharlas en su favor, y me dice cosas que piensa y que sabe que yo quiero oír, y tiene detalles que sabe que yo quiero recibir. Y cuando lloro, sabe que me gusta que me abracen muy fuerte, para que no me pueda escapar, porque a veces lo intento aunque no quiero. Y cuando río, ríe conmigo, pero nunca se ríe de mí, porque sabe que no me gusta. Mi príncipe no me trae rosas, para que no me pinche con sus espinas, y siempre me dice que un día me pondrá un castillo en la nube donde se encuentra la isla de Nunca Jamás, para que vivamos ahí, nos casemos, seamos felices y comamos perdices. Mi príncipe sabe pedir perdón, y sabe aceptar también mis perdones, aunque a veces los diga en voz callada. También conoce los monstruos que se esconden en mi armario, y me apoya cuando salen para asustarme, aunque jamás lucha por mí, sabe que yo puedo y quiero librar mis propias batallas. A mi príncipe no le gustan mis tortillas de patatas, pero le encantan mis besos de rana.
Mi príncipe me ha convertido en la princesa de Disney que siempre fuí...
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