Disculpen la tardanza

Disculpen que llege así, de repente, tarde y sin avisar, con las prisas revueltas con el pelo despeinado de recién caída de la cama, las legañas colmadas de vivencias, y el café medio frío de quien sabe que a pesar de todo no llega a tiempo.

Anoche me quedé dormida chateando con mi alma, contándole secretos míos que ni siquiera yo conocía, pidiéndole con una sonrisa cómplice que por favor no fuera desperdigándolos por ahí, vaya uno a saber quién puede ser el menos indicado en enterarse. Quizá si se enterara la humanidad de lo que pienso de ella, me daría una patada en el culo o me mandaría a la mierda, pero es muy probable que yo no se lo cuente nunca nunca, porque aunque la mayoría de veces la detesto y me hace llorar y rascarme de pura picazón propia de la alergia psicosomática, la mayoría de las veces más una la adoro y no puedo vivir sin ella. Vivo con ella, de ella, y para ella, y casi todo el tiempo la analizo detenidamente para ver qué más cosas fascinantes descubro, porque cuanto más la conozco y más deplorable me parece, más profundo caigo en el hechizo.

Soy un ser social, y por éso, aunque la humanidad me produzca a veces amargor y arcadas, las más de las veces, hago de tripas corazón porque en realidad me muero de impaciencia por verme envuelta por ella, porque la necesito, es como ésa droga que sabes que te hace mal y no sabes cómo dejarla porque realmente no quieres dejarla.

Y es que, como iba diciendo, anoche trasnoché chateando, me dejé llevar por las palabras que salían a borbotones de mis dedos casi apuñalando las teclas con un furor impropio de mí, y del apasionamiento se me pasaron las horas, llevando pensamiento tras pensamiento a una pantalla anteriormente en blanco. Y las horas fueron haciendo tic-tac en el reloj, mientras yo perdía el tiempo arremetiendo contra algo con todas mis fuerzas, sin darme cuenta de que en realidad sólo arremetía contra mí, contra mi propio odio, porque la adoro, adoro a ésta asquerosa humanidad.

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