- Oye! Qué haces aquí en medio? Esta es MI escalera! De MI casa!
- Es que el otro día te ví, y me gustó tu bufanda...
- Estás loca? Drogada? Eras tú la de la bufanda!
- Ah...
- Bueno, te quitas del medio, o qué?
- Sí, perdona... sí.
Carolina se levantó, y tal como estaba sentada, con las manos en los bolsillos de los pantalones, arrastró los pies solamente unos pasos. Se giró, y miró a Carlota con esa mirada perdida tan suya, tan de corderito degollado.
- Yo soy Carolina. Pero no importa. Nada importa ya.
Carlota se quedó en la puerta todavía cerrada, mirándola, con la boca abierta y las llaves en la mano, sin mover un músculo. No sabía qué tenía aquella chica, que ambas veces que la había visto, no había podido evitar quedársela mirando.
- Oye! Oye! Esto... Carolina! - pero no se volvió.
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Antes de irte, me gustaría que dejases algo más que las huellas de tus zapatos sobre el polvo...